doxa.comunicación | 28, pp. 241-260 | 243

enero-junio de 2019

María José García-Orta, Victoria García-Prieto y Miriam Suárez-Romero

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

de la implantación de la banda ancha, el desarrollo de nuevos dispositivos tecnológicos, el uso de televisiones inteligentes (Smart TVs) o el desarrollo de contenidos para consumo en casa, entre otros.

Gran parte de la eclosión del sistema está relacionada con el consumo de series. Con base en un estudio realizado por Kantar Media (Garza, 2017, online) comenta: “El consumo de series de televisión se extiende cada vez más alrededor del mundo. En España el 50% de la población con acceso a internet consume series de televisión en la red”. Además, asistimos a una consolidación de esta tendencia, con unos consumidores que “demandan cada vez más un servicio de televisión a la carta, ofrecido por estas plataformas y adecuado a sus necesidades, puesto que un 30% de ellos declaran utilizar este tipo de servicios para crear sus propios horarios de programas de televisión” (Garza, 2017).

Onieva (2017, online) resalta que cada español dedica una media de tres horas diarias al visionado de televisión pero, no obstante, las formas de consumo son distintas, pues “cuatro de cada diez españoles ve, al menos una vez a la semana, contenidos online. Y parte de la culpa de este fenómeno la tienen las plataformas de vídeo bajo demanda como Movistar, Netflix y HBO España, cuyo número de suscriptores crece como la espuma”.

Según las cifras de la CNMC (2018), la plataforma más utilizada a finales de 2017 fue Movistar+, con 2,16 millones de usua-rios, lo que supone un 13,5% de los hogares con conexión a Internet en España, duplicando casi los datos del año anterior. Le siguió Netflix con 1,5 millones de suscriptores o un 9,1% de los hogares, triplicando las cifras en un año. En tercer lugar, se encuentran Vodafone TV online, con un 5,9% de los hogares (944.000 suscriptores); Amazon Prime Video con el 3,5% (566.000 suscriptores); Orange TV online con el 2,8% (450.000 suscriptores) y en el sexto puesto HBO con el 2,3% de los hogares (363.000 suscriptores). En definitiva, tres de cada diez hogares usaron servicios de pago para ver contenidos audio-visuales online a finales del pasado año (CNMC, 2018).

A la luz de las cifras, estamos ante una tesitura de cambio en los hábitos y rutinas de consumo de los usuarios a nivel ge-neral, en el contexto de “una sociedad siempre conectada y plenamente digitalizada, que se encuentra en pleno proceso de redefinición del cómo asigna su tiempo a la hora de consumir productos y servicios de los medios de comunicación” (Ortega, González Ispierto y Pérez Peláez, 2015: 643).

El móvil ha sido, sin duda, uno de los elementos disruptivos en este proceso transformador, “y derivado de la mejora del ancho de banda, de la concurrencia en los servidores audiovisuales, y por supuesto una clara [sic] evolución en los equipos de telefonía móvil, la visualización de contenidos audiovisuales se está desarrollando y asentando a pasos agigantados” (Caldera-Serrano y León-Moreno, 2017: 63).

También Adelantado y Martí (2011) analizaron las posibilidades del móvil como plataforma de difusión y consumo de contenidos audiovisuales. Pusieron de relevancia una de las mayores ventajas que ha traído aparejadas: “haber conquista-do tiempos y espacios hasta el momento no adscritos al consumo mediático tradicional” (Adelantado y Martí, 2011: 102). Unos años después, Ortega, González Ispierto y Pérez Peláez (2015) destacaban que los “usos y consumos de los productos audiovisuales entre los jóvenes se trasladan progresivamente hacia canales de distribución interactivos ubicados en pan-tallas inteligentes individuales y personalizadas” (p. 643).

Con el rápido desarrollo de este soporte, además de las tabletas, la televisión no lineal ha conseguido un espacio propio que le ha robado a la televisión tradicional, con la que vive en coexistencia. De Mena Dávila (2015) opina que la segunda no