doxa.comunicación | 30, pp. 79-106 | 83

enero-junio de 2020

Paloma Piqueiras Conlledo

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

ciudadano desde la perspectiva de la ciudadanía (ver, por ejemplo, Verba y Nie, 1972; Brady, 1999; Adler y Goggin, 2005; Cooper, 2005; Teorell, Torcal y Montero, 2007); y, por otro, las contribuciones que analizan las acciones específicas que los organismos públicos realizan para conseguir involucrar a los ciudadanos en lo público (ver, por ejemplo, Marlowe Jr, y Arrington-Marlowe, 2005; Yang y Callahan, 2007; Ellen Claes y Marc Hooghe; 2008).

Las aportaciones de la literatura que se han centrado en las acciones del ciudadano determinan que uno está compro-metido cuando, por voluntad propia, decide involucrarse. Así, el compromiso es “la acción de los ciudadanos comunes orientados a influir en algunos resultados políticos” (Brady, 1999: 737). Cooper (2005: 534) lo define como “las personas que participan junto a la deliberación y la acción colectiva dentro de una gama de intereses, instituciones y redes, desa-rrollando una identidad cívica e involucrando a las personas en procesos de gobernanza”.

La postura del segundo grupo se apoya en la idea de Keeter, Zukin, Andolina y Jenkins (2002: 2):

Los ciudadanos comprometidos no se crean a ellos mismos. No debemos esperar una combustión espontánea de compromiso. Las normas culturales están en contra de lo primero, al igual que las leyes de la física están en contra de esto último.

Con una conceptualización muy similar, Yang y Callahan (2007: 249) se refirieron al término “esfuerzos de participación ciudadana” como “las actividades iniciadas por el gobierno para fomentar la participación ciudadana en la toma de de-cisiones administrativas y los procesos de gestión”. De sus reflexiones podemos deducir que la burocracia influye en los procesos participativos y que la decisión de participar es, en última instancia, la respuesta de los ciudadanos a una ini-ciativa de la Administración.

La visión de estos autores se une a las definiciones de Marlowe y Arrington-Marlowe (2005) y Claes y Hooghe (2008), para quienes el compromiso ciudadano necesita una fuente de impacto que lo genere. Los ciudadanos requieren de una mo-tivación extra que les lleve a querer estar involucrados en el ámbito público. Parece que ese impulso, según las visiones descritas, debe darse desde la Administración Pública.

3.1. Causas del Citizen Engagement

¿Qué actúa como fuente del compromiso? Para dar respuesta a esta pregunta resulta de ayuda revisar lo que la literatura dice respecto al proceso mental que desencadena las acciones de engagement. Algunas teorías han simplificado la cues-tión asegurando que el compromiso de los ciudadanos depende únicamente de que sus expectativas y la realidad coinci-dan. En este sentido, Brown y Michel (2003) entienden que si un ciudadano está satisfecho con las acciones de su gobier-no porque coinciden con sus perspectivas previas, esperanzas o deseos, entonces, ese ciudadano estará comprometido.

El Banco Mundial (2014), asegura que son los factores psicológicos e intangibles, como un sentido de deber cívico y de pertenencia, lo que mueve a los ciudadanos a participar.

Para Dahlgren (2005) un ciudadano comprometido es aquel que: 1) se auto-convence de que está legitimado para par-ticipar; 2) se motiva con la idea de aportar algo a la sociedad; 3) se informa y adquiere conocimientos sobre el proceso participativo; 4) alcanza el nivel suficiente de empoderamiento y; 5) participa.