doxa.comunicación | 29, pp. 75-95 | 77

julio-diciembre de 2019

Elena Bandrés Goldáraz

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

vista feminista. La profundización en las complejidades de la Cultura de Masas da lugar a los estudios específicos sobre la influencia de la televisión, como la hipótesis de los Usos y Gratificaciones en la que, como afirma Katz (1959), (en Wolf, 1987:78) se pasa de preguntar

“¿qué es lo que hacen los media a las personas? a la pregunta «¿qué hacen las personas con los media? La inversión de la perspectiva se basa en la afirmación de que ni siquiera el mensaje del más potente de los media puede normalmente influenciar a un individuo que no se sirva de él en el contexto socio-psicológico en el que vive”.

Simone de Beauvoir también es la precursora del concepto de “género” al afirmar en su libro “El segundo sexo” (2015: 371), que “no se nace mujer, se llega a serlo”. Como afirma Mayobre (2007) con ello se quiere “significar que la feminidad no deriva de una supuesta naturaleza biológica sino que es adquirida a partir de un complejo proceso, cuyo resultado es hacer de un ser del sexo biológico femenino (o masculino) una mujer (o un hombre)”. Siguiendo a esta autora, el con-cepto “género” es utilizado desde la década de los 50 en campos como la “medicina, biología o lingüística”. En 1986, la historiadora Joan W. Scott afirma que las construcciones sociales se transmiten a través de los sistemas simbólicos con los que las sociedades representan el género. Una representación que comprende, a su vez, cuatro elementos: “los símbolos culturalmente disponibles”; los “conceptos normativos” que interpretan los significados de esos símbolos; el “parentesco” como construcción del género, “aunque no de forma exclusiva” y la “identidad subjetiva”.

Desde la década de 1960, se inician diferentes estudios para determinar la manera en la que se lleva a cabo esta cons-trucción de la identidad subjetiva. Albert Bandura lideró las investigaciones sobre la Teoría del Aprendizaje Social que establece que la influencia social proviene de varios campos. “Los medios modelan las conductas del público junto con las influencias interpersonales y sociales” (1996: 112).

Para Gerbner et all (1978), precursores de la Teoría del Cultivo, consideran a la televisión (en una época en la que no había Internet) la causante de generar “el entorno simbólico común que cultiva las concepciones más ampliamente comparti-das de la realidad. Pindado (2006) considera que “el joven construye su propia subjetividad en un proceso dialéctico entre la experiencia directa y la mediada. Y los medios de comunicación son parte de esa experiencia mediada”. Tesouro et al. (2013) comprueban en su investigación que “la adolescencia es una etapa clave en la formación de su identidad”. Siguen a Erickson cuando afirman que “la formación de la identidad personal se da a lo largo de la vida a partir de ocho etapas y es durante la adolescencia cuando la construcción de la identidad alcanza su punto (…) álgido”.

Un estudio del Instituto de la Mujer sobre el tratamiento y representación de las Mujeres en las teleseries emitidas por las cadenas de televisión de ámbito nacional (2007: 31) considera que “la televisión, más que negar la presencia de la mujer, lo que puede hacer es contribuir a propagar toda una serie de estereotipos de género en la construcción de las identida-des de las mujeres y de los hombres”, por eso el Instituto se pregunta cómo se construyen las identidades de género en televisión.

Un estudio elaborado por Luzón, Ramajo, Figueras, Capdevila, Gómez, Jiménez y Ferrer (2009: 153-154) concluye que

“cuando el y la adolescente son causa directa de una acción en las tramas televisivas de ficción, hemos detectado que los adolescentes desarrollan roles negativos frente al género femenino (acciones de desprecio, rechazo o agresión), mientras que las adolescentes tienden a realizar acciones positivas a favor de los otros colectivos (solidaridad, generosidad o