doxa.comunicación | 29, pp. 61-74 | 65

julio-diciembre de 2019

Carlos Fanjul Peyró, Lorena López Font y Cristina González Oñate

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

insatisfechos se sienten y piensan que, aproximándose a él, conseguirán restablecer la seguridad en mismos, obtenien-do así éxitos a todos los niveles (León, 2001).

Por su influencia y repercusión social, la publicidad de determinados productos, y los modelos allí representados, pare-cen erigirse como uno de los factores del macroentorno social que influye en el origen y desarrollo de estas enfermedades y patologías obsesivas fomentadas, entre otras variables, por la utilización estereotipada y objetada de la imagen ideali-zada de hombres y mujeres para atraer la atención y el interés de determinadas audiencias y promover así una actitud de compra sobre los productos o servicios anunciados.

En la publicidad actual se concede especial importancia a todo aquello que simbolice juventud. De ahí, que la imagen masculina predominante en los anuncios sea la de un cuerpo musculoso, pero lampiño y de caderas estrechas como las de un adolescente; es decir, una imagen corporal en donde se mezclan los atributos del adulto y del adolescente. Y la ropa que portan debe destacar las formas del cuerpo, principalmente los pectorales y cintura (Cabrera y Fanjul, 2012).

En una sociedad como la consumista, ya no es suficiente valorar el ser y reivindicar con palabras la pluralidad de acti-tudes, sino que dicho ser y dicha pluralidad hay que manifestarlos directamente a través del comportamiento y, sobre todo, a través de la imagen. La publicidad ofrece al consumidor modelos momentáneos de identificación y proyección, es decir, continuamente le está proponiendo un sistema de modelos simbólicos a través del cual pueda satisfacer tanto el deseo de inscribirse en un conjunto social como la tentación de la metamorfosis (el cambio para el triunfo). Esta idea inmensamente difundida por la publicidad de que el éxito a todos los niveles se consigue a través de un cuerpo perfecto, plantea un problema cuando se produce un choque entre el sueño y la realidad, cuando se produce una insatisfacción constante al no poder alcanzar el ideal sugerido y aparecer entontes sentimientos de culpa y frustración (Pérez Gauli, 2000; Fanjul, 2008).

En este contexto, los adolescentes son el público más vulnerable para dejarse embelesar por el mundo de “la apariencia”, dejándose presionar y arrastrar de forma “pseudo-consciente” por unos cánones idealizados de belleza física y por todo un entramado de servicios y productos destinados a modelar su aspecto, con el objetivo de alcanzar esos referentes so-ciales y los beneficios que connotativamente se les asocia.

Al tratarse de una fase crucial en el desarrollo evolutivo de las personas que marca de manera significativa la futura perso-nalidad del adulto, es habitual encontrar en los jóvenes sentimientos de indecisión, frustración o apatía que solo son una muestra de las dificultades por las que atraviesan en la búsqueda de la maduración personal. Es en este momento donde la influencia del entorno será decisiva y donde de una manera más clara la presión ejercida desde el núcleo familiar, es-colar y social del joven será determinante en el desarrollo de su personalidad (Lang, 2014).

Internet y las redes sociales constituyen el hábitat natural de los actuales adolescentes, ya que nacieron y se desarrollaron inmersos en la sociedad digital. Dispositivos como el ordenador o el móvil suponen una ventana abierta a todo por la que se asoma el menor. Y cuando se dice “todo” implica cualquier tipo de contenido o producto, sea lícito o no, sea conve-niente o no para la formación del usuario que lo consulta, descarga o solicita. Y a diferencia del mundo físico, en Internet no existen las coordenadas de espacio y tiempo; es decir, que ese menor podrá interactuar o acceder a contenidos en