doxa.comunicación | 27, pp. 387-418 | 391

julio-diciembre de 2018

María Teresa García Nieto y Julio Manuel Gil Rodríguez

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

él, y desarrollar su competencia crítica de manera que puedan valorar las cuestiones importantes de su vida. Estos im-pactos afectan, también, al aprendizaje de los códigos éticos y la deontología profesional, así como de la función social de cada disciplina. En este sentido, la universidad socialmente responsable se cuestiona sobre el tipo de personas que se propone formar, planificando adecuadamente las enseñanzas para lograr profesionales éticos, íntegros y respon-sables, quienes con el ejercicio de sus carreras contribuirán a la construcción de una sociedad más justa y sostenible.

Los impactos cognitivos y epistemológicos. La universidad no sólo tiene una función pedagógica, también tiene la misión de producir y transferir a la sociedad el conocimiento científico, tecnológico, social y humanístico.

Los impactos sociales: La universidad, como cualquier organización, es también una entidad social, un actor social que interactúa con su entorno para contribuir al desarrollo y la sostenibilidad de los grupos sociales externos a la uni-versidad con los cuales se relaciona. La universidad debe ser un agente activo partícipe en el progreso y el desarrollo de un país.

El Grupo de investigación Ingeniería y Gestión responsable de la Universidad de Burgos sintetiza el concepto de responsa-bilidad social universitaria del siguiente modo:

La RSU es la capacidad de la Universidad de aplicar un conjunto de principios y valores en la realización de sus funciones básicas: (1) formación académica y pedagógica, (2) investigación y difusión, (3) gestión de la organización y (4) participación social, mediante la creación de canales de comunicación y participación para responder a las demandas de sus grupos de interés (González Alcántara et al. 2015: 7).

Y la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia), que presentó su primer Informe Diagnóstico de la RS hace ya diez años, lo deja claro en su página web:

Para la UNED, ‘responsabilidad social’ significa ofertar servicios educativos y transferencia de conocimientos siguiendo principios de ética, buen gobierno, respeto al medioambiente, compromiso social y promoción de valores ciudadanos; responsabilizarse, por lo tanto, de las consecuencias y los impactos que se derivan de sus acciones (UNED, 2018).

Parece evidente, por ende, que la responsabilidad universitaria no puede interpretarse en los mismos términos que la responsabilidad social corporativa o empresarial. Ni siquiera en el caso de las universidades privadas. Pues, si bien es cierto que todas las universidades, públicas y privadas, deben garantizar su sostenibilidad económica, ésta no puede ser, de ningún modo, una prioridad frente a las responsabilidades éticas y sociales de este tipo de organizaciones educativas. No parece conveniente, ni adecuado, por tanto, sustentar nuestra investigación en fuentes teóricas propias de las ciencias empresariales, como la teoría de Archie Carroll (1991, 1998) quien propone una definición general de la responsabilidad social empresarial estructurada en cuatro categorías: la económica, la legal, la ética y la discrecional, o filantrópica, pero para quien las responsabilidades económicas constituyen la base de los compromisos corporativos.

En este mismo sentido, en el que prima claramente el interés de la empresa, se desarrollan los Principios para la Educación de la Gestión Responsable (PRME), iniciativa que data de 2007, surgida con el apoyo de las Naciones Unidas. PRME cons-tituye una plataforma formada por instituciones de educación superior de todo el mundo, directamente vinculadas con la formación en materia de gestión, a través de las escuelas de administración y negocios, con el objetivo de “elevar el perfil de la sostenibilidad en las escuelas de todo el mundo y para equipar a los estudiantes de negocios de hoy con la comprensión y la capacidad de generar cambios en el futuro” (PRME, 2018).