doxa.comunicación | 31, pp. 265-281 | 273

julio-diciembre de 2020

Gabriel Eduardo Alvarado Pavez

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

Hay un ejemplo de ello (fechado el 18 de noviembre de 2018) cuando un participante del grupo publicó una imagen don-de se muestra un receptáculo lleno de pebre (aderezo crudo compuesto de tomate, cebolla, cilantro y ají picados) junto a un pimiento rojo. En Chile el pebre se imagina como un producto típico, representativo de lo nacional, no obstante su afinidad a preparados como el chimichurri rioplatense, la llajwa de Bolivia o el pico de gallo de México. Acompaña a la imagen un texto que enuncia: “¿Cachabay que la palabra piper en latín se convirtió en pebre en chileno y pepper en inglés?”, al cual se añaden el comentario “puta que hablamos mal el latín los chilenos”, además de un emoji pícaro, con la lengua afuera (😝).

Posteriormente, el autor del documento incorpora en los comentarios un breve cuadro derivativo de voces latinas en español, y también en inglés, italiano y francés (piper, pepper, pepe, poivre) al que adjunta una referencia bibliográfica. Este documento es decidor de una representación muy novedosa en torno a la lengua chilena: la presenta en una línea de continuidad histórica con el latín, al tiempo que deja al margen los elementos hispánico e indígena como pertinentes para su configuración. Se establece así una narrativa que recurre a un argumento de base lingüístico-comparativa para desmontar la premisa de qué supone exactamente hablar mal. Sugiere que el idioma de Chile incluso en sus aspectos más banales e impensados (tales como el nombre de un aderezo) participa de un contínuum histórico-cultural con lenguas internacionales prestigiosas y que todas ellas están sujetas a mecanismos afines de transformación temporal. De este modo, se insinúa que el español de Chile y el inglés o el francés no difieren en su textura más íntima y que las atribuciones que se dan a dichas lenguas obedecen, seguramente, a factores extralingüísticos. Finalmente, mediante la inserción del comentario de que “puta hablamos mal el latín los chilenos…” se ironiza con la ideología de la incorrección de la lengua chilena, de momento que cuestiona los fundamentos que lo constituyen. Cuando se piensa una lengua ya no como una entidad fija, estable y de límites definidos, sino como una concurrencia de hechos lingüísticos dispares y en constante mutación, nociones arraigadas de norma y corrección necesariamente quedan en entredicho. Nótese además que añade la interjección “puta” –predominante en el uso coloquial en Chile y afín a otras voces de tabú sexual expresivas (coño, mierda, fuck)– de modo que el contrapunto entre el cuestionamiento de nociones históricas de corrección lingüística y el uso interjectivo de un vocablo vulgar finalmente magnifican los ecos de la ironía.

Ahora bien, Hablai chileno? tiene un alcance relativamente limitado. En agosto de 2019 los “me gusta” superaban apenas los 3.500. La cantidad de posteos que incluye es bastante pequeña, sus publicaciones son infrecuentes, y las secciones de comentarios son sucintas. Esto quiere decir que la agrupación carece de resonancia en Facebook y en el ámbito público. Tampoco se documentan entre sus contenidos los supuestos “recursos para aprender a hablar chileno” anunciados en su descripción. Solo se registran instancias donde se promueven los chilenismos con entusiasmo, se defiende el uso del voseo chileno, y se proponen ciertas normativas ortográficas, pero ninguno de estos contenidos evidencia un afán defi-nidamente didáctico.

Esto es coherente con el hallazgo principal resultante del proceso de rastreo en el corpus digital: que más allá de la agru-pación Hablai chileno? en el presente análisis no se encontraron grupos relevantes dedicados a temas de lengua española en Chile o que incorporasen al español nacional como elemento central de sus intereses. Este vacío es señal del alto grado de despolitización de la lengua española en la consciencia pública, en particular dado el contraste con la vitalidad política del mapudungun.