doxa.comunicación | 29, pp. 197-212 | 203

julio-diciembre de 2019

Jesús Miguel Flores Vivar

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

Serrano (2013) afirma que la mayoría de los ciudadanos considera que, después de leer la prensa o ver los telediarios, está informada de la actualidad internacional. Sin embargo, la realidad dista mucho de ser la imagen unívoca ofrecida por los medios ya que lo sucedido no es lo que nos han contado.

La Wikipedia recoge que la desinformación es, habitualmente, una de las argucias de la agnotología y se da en los medios de comunicación, pero estos no son los únicos medios por los cuales se puede dar una desinformación. Puede darse en países o sectas religiosas que tienen lecturas prohibidas, gobiernos que no aceptan medios de oposición o extranjeros, naciones en guerra que ocultan información.

En cuanto a la definición de Posverdad, según la Fundeu BBVA (2016), el concepto de Posverdad –o mentira emotiva– es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. Para algunos autores, la Posverdad es sencillamente mentira (falsedad) o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de “Posverdad”, que ocultaría la tradicional propaganda política y el eufemismo de las relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y propaganda.

Para Mcintyre (2018), Posverdad, en el Diccionario de la Lengua Española se describe como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. En su ver-sión inglesa (“post-truth”), el término se utilizó por vez primera en 1992, en el contexto de unas reflexiones críticas sobre célebres escándalos de las presidencias de Nixon y Reagan, y alcanzó su cenit en 2016, cuando, coincidiendo con el Brexit y la victoria de Trump, el diccionario de Oxford lo consagró como “palabra del año”. Diversos expertos se preguntan cómo es posible que nos encontremos una situación en la que los “hechos alternativos” reemplacen a los hechos genuinos y los sen-timientos tengan más peso que las evidencias palmarias. Mcintyre (Ibíd.) rastrea los orígenes del fenómeno hasta la década de los 50, cuando las tabacaleras estadounidenses conspiraron para ocultar los efectos cancerígenos del tabaco y se gestó la hoja de ruta del “negacionismo científico”, cuyos hitos más conocidos son la puesta en cuestión del “evolucionismo” o la negación de la influencia humana en el “cambio climático”. En esta línea, Daniel Gascón (2018), afirma que la posverdad no es la mentira de siempre. Aunque tampoco está claro lo que es. Gascón hace referencia al Oxford English Dictionary que la define como una situación en que “los hechos objetivos son menos determinantes que la apelación a la emoción o las creencias personales en el modelaje de la opinión pública”. Para el DRAE, es la “distorsión deliberada que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública”.

En el ámbito político, se denomina política de la Posverdad (o política pos factual) a aquella en la que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas ―los hechos― son ignoradas. La Posverdad difiere de la tradicional disputa y fal-sificación de la verdad, dándole una importancia “secundaria”. Se resume como la idea en “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.

D’Ancona (2017:23) periodista británico, afirma que la era de la posverdad nació en un momento muy concreto: en 2016. Es el año en el que Reino Unido dijo al Brexit y en el que Donald Trump ganó las elecciones de Estados Unidos y que marcó un antes y un después, no tanto por el tipo de mentiras –la mentira es siempre la misma– sino por la respuesta del