doxa.comunicación | 29, pp. 197-212 | 201

julio-diciembre de 2019

Jesús Miguel Flores Vivar

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

como la reacción pública espontánea), el uso de redes de seguidores falsos, los vídeos manipulados, la publicidad dirigida, los trolls organizados o los memes visuales.

Para David Alandete (2019),

Las noticias falsas no tienen por qué ser una mentira absoluta. Suelen tener alguna vinculación real con lo que está pasando, pero que resulta, por lo general, una deformación grotesca y siempre favorable al sensacionalismo y al populismo. Una deformación que se aprovecha especialmente del cambio radical que, desde la irrupción de plataformas digitales como Facebook, Twitter y Google, han sufrido los canales que transmiten la información. Y lo cierto es que, aunque en un orden distinto, estas empresas también son responsables del problema y deben rendir cuentas por sus actuaciones.

En resumen, se trata de todo un abanico de prácticas para manipular la opinión pública en internet, que van más allá de lanzar una noticia falsa.

Pero es esencial darse cuenta de que el corazón del problema de las noticias falsas (y la cultura post-verdad, si es que existe) no reside en los medios tradicionales sino en la proliferación de sitios web y redes sociales ideológicamente polarizados en los últimos años. En los últimos años ha habido una “explosión de noticias falsas, fagocitado a través de las redes sociales, concretamente, Facebook” y de otros sitios de medios sociales. Las noticias falsas que se viralizan parecen noticias reales y se comparten como si fueran eso, noticias reales. Así, las noticias falsas se viralizan en las redes sociales mucho más rápida-mente que la información veraz y contrastada. Es algo que ha podido demostrar un estudio del MIT Initiative on the Digital Economy, publicado en la revista Science por Vosoughi, Roy y Aral (2018: 1148) que analizó, entre 2006 y 2017, en torno a 126.000 hilos de noticias en Twitter, tuiteados más de 4,5 millones de veces por unos 3 millones de personas.

Los resultados fueron desalentadores. En palabras de los autores, la verdad tarda aproximadamente seis veces más que la mentira en alcanzar a 1.500 personas. Los contenidos falsos se difunden significativamente más lejos, más rápido y más profundamente en los hilos y cascadas de conversaciones, que los verdaderos. Entre todas las categorías de bulos, los relacionados con la política son los que alcanzan mayor difusión, por encima de los relacionados con el terrorismo, los desastres naturales, la ciencia, la información financiera o las leyendas urbanas.