258 | 31, pp. 251-264 | doxa.comunicación

julio-diciembre de 2020

Dos calas en el discurso del odio al andaluz, de la tradición libresca a la prensa digital

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

dijo aquello de que querían “un pzoe ganadó” (La Vanguardia, 05.03.2017). Precisamente, el acento de Susana Díaz tam-bién fue objeto de burla y de una transcripción absurda por parte del cónsul español en Washington, en agosto de 2017, tomando como excusa la coincidencia en el color del vestido entre la presidenta andaluza y la reina de España cuando ambas coincidieron en un acto oficial (El Español, 01.08.2017).6

El análisis de las muestras sirve para reforzar una conclusión fundamental. Las disculpas llegan siempre tras el aluvión de críticas. Pero el daño ya está hecho. El discurso del odio al andaluz como variedad lingüística se despoja de todo ropaje para revelarse la más cruda intención de quien lo emite, que es la descalificación ya no social, sino personal (en las no-ticias que tienen a Magdalena Álvarez o Trinidad Jiménez como protagonistas); y el desprecio a una sociedad que vota a un determinado partido, el socialista, o a una determinada facción de ese partido, la susanista; sin olvidar, por supuesto, la traba lingüística que supone el acceso desde la periferia a la metrópoli. La descalificación y el desprecio como forma de odio. No resulta extraño, pues, que este discurso del odio al andaluz haya sido manejado en ámbitos como el político, para servir de herramienta con que enfrentarse al adversario y poner en duda su capacidad de liderar una determinada institución (sea un partido, un ministerio, una comunidad autónoma…); o emprender acciones gubernamentales. Con una simpatía que no deja de ser despectiva, el foráneo sonríe al andaluz por su forma de hablar y lo asocia a una forma de ser no precisamente prestigiosa desde el punto de vista de la tradición social. La política, conocedora de este componen-te del imaginario colectivo, lo explota a fin de extraer réditos. Y así, como arma de confrontación, el político no andaluz carga contra quien lo es para desprestigiar su forma de hablar y, a su vez, sus dotes políticas. Los partidos nacionales, que suelen tener entre sus filas a militantes de cualquier región española, deben hacer encajes de bolillos para, por una parte, exonerar al miembro que emite el exabrupto y, a su vez, recriminarle el desaire. Simultáneamente, las delegaciones terri-toriales de los partidos reaccionan de distinta forma en función de quien agrede.

Todos los ejemplos van en la misma línea. Sin olvidar tampoco que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, la defensa del andaluz se aprovecha para airear los trapos sucios del adversario y tratar así de sacarle los colores a la oposi-ción en temas de desarrollo económico, derechos sociales, etc. Podemos ver esto ejemplificado precisamente en las no-ticias sobre la gestión de la nevada por parte de Magdalena Álvarez, donde figuran otros actantes que deciden intervenir en la polémica, como Gaspar Zarrías, destacado socialista andaluz, para acusar a la derecha en general del menosprecio a Andalucía; y en particular a Javier Arenas, por aquel entonces presidente de los populares andaluces, espetándole, Za-rrías a Arenas, que carecía de autoridad en su partido (abc, 11.01.2019); o Antonio Sanz, por aquel entonces secretario general del pp de la región, que a la vez que rechaza las declaraciones de su compañera de filas, Montserrat Nebrera, critica la gestión de la oposición, representada por Magdalena Álvarez, gestión que es la que realmente desprestigia a los andaluces –pero no porque sea andaluza, sino porque es socialista–, así como critica su carácter chulesco y soberbio, para finalmente arremeter contra Gaspar Zarrías, acusándolo de lanzar una cortina de humo para ocultar los datos del paro en Andalucía (ibidem). Como puede comprobarse, estos temas guardan una relación nula con la forma de hablar,

6 A raíz de este suceso Lola Pons Rodríguez escribió su columna “El cónsul y los vendimiadores”. En dicho texto la autora pone claramente el dedo en la llaga, al situar el problema lingüístico en el ámbito de lo socioeconómico: “No es de la lengua de lo que estamos hablando. De nuevo hay que citar la divisa de la campaña de Clinton: es la economía, estúpido. Y ni siquiera es solo la economía. Se está hablando de supremacías que se quieren defender” (El País, 02.08.2017).