256 | 31, pp. 251-264 | doxa.comunicación

julio-diciembre de 2020

Dos calas en el discurso del odio al andaluz, de la tradición libresca a la prensa digital

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

[El cantaor tiene que ser andaluz.] ¡Pero nunca de Jaén! Por lo tanto cecea y se sorbe una porción de letras, y hace muecas y gestos particulares al hablar, y al andar, y cuando está sentado, y yo creo que hasta mientras duerme (Ferrán 1872: 36).

[El matón nace] en Ronda o en Sevilla, ¿quién sabe?… pero si no es andaluz, lo parece. Flamenco por inclinación, dice jigo y jiguera, empleando constantemente la z en lugar de la c y la s, y adoptando un aire macareno… que da el opio (Ruigómez 1872: 229).

–¿Es usted la madre de este pimpollo? –preguntó el nazareno. Pa servir a usted y a Dios. –Pues debía usted parir todos los días. –¿Pa darle a usted gusto, no es verdad? –No señora, para alumbrar la tierra. –¡Vaya que tiene el señor gana de bromas! Bien podría usted emplear el tiempo en otra cosa. –¿En qué mejor que en contemplar esa cara de azucena? (Díaz de Benjumea ¿1881?: 113).

El plan de actuación de los costumbristas poco a poco va cayendo en lo que antes acusaba, es decir, en el majismo, el tipis-mo y el pintoresquismo (vid. González Troyano, 2018: 39-46). Y todo ello para concluir que, en cuanto al español hablado en Andalucía se refiere, sus representaciones, presentes en estos textos, atañen solo a las clases populares (por el deseo de conferir a sus personajes gracia, chispa, salero…); no responden a un fiel deseo de reproducir dicha variedad lingüística, pues se trata ante todo de un estereotipo; y, por último, constituyen un recurso más del género costumbrista en aras de conferir a la trama una mayor comicidad. En definitiva, una tradición que ha trascendido fuera de la literatura y que ha cobrado realidad no por su existencia lingüística como variedad (pues no es hablada por nadie), sino por su recurrencia a la hora de imitar lo andaluz, similar a lo que sucedió en algunas producciones literarias de otras regiones, como el sa-yagués o el gauchesco de la literatura áurea y de la Región del Plata, respectivamente (vid. Coseriu 1981 [1973]: 312-313).

2.3. La vía lingüística

2.3.1. Continuidad del discurso del odio

Como una de las manifestaciones del discurso del odio al andaluz, el proceso de inferiorización contemplado en la vía filológica se transmite también por la lingüística. Las fuentes no son ahora los productos de entretenimiento –sean an-tiguos, sean contemporáneos– sino los medios de comunicación españoles, especialmente los contenidos de opinión. Tanto en la tradición decimonónica como en los modernos discursos audiovisuales el estereotipo sobre el andaluz se re-viste de un halo de inocencia. Pese al disfraz (mediante su asociación a la gracia, a lo salao, al humor o a la simpatía como objeto de estudio antropológico), el valor es negativo porque sirve para insistir en el tópico, para acrecentarlo y, por tanto, mantenerlo. A la jerarquización que se ha tratado antes en series como Allí abajo (2015) (vid. 2.2.) se suma la ausencia de conflictos: el de arriba mira al de abajo (a su baja cultura y nivel social) con condescendencia, incluso con ternura, de un modo muy similar a como el occidental (perteneciente al mundo desarrollado) mira desde una perspectiva etnocéntrica al buen salvaje. Así, por ejemplo, puede verse la siguiente muestra, extraída de Barbijaputa en su blog Zona Crítica:

No cuántas veces he oído desde que vivo fuera de Andalucía frases como “tienes un acento bonito para ser andaluza”, “no eres nada bruta para ser andaluza”, “no eres la típica andaluza…” y en el aire queda flotando un “la típica andaluza… cateta”.