22 | 30, pp. 19-36 | doxa.comunicación

enero-junio de 2020

Doxa y Paradoxa: el concepto de opinión pública en Ortega y el papel del filósofo

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

será un filósofo muy importante durante el exilio de Ortega, pues durante esa dura etapa de silencio y de sentirse el ex-tranjero perpetuo –si es que no lo sentía ya debido a su carácter de filósofo– se identificó con él.

La política necesita de la anticipación histórica, de la profecía que ofrece el filósofo, porque este está en condiciones de adelantarse al porvenir. Si el político no atiende a sus profecías, entonces el intelectual predicará en desierto

Hablar de la opinión pública es hablar de la doxa y el hombre que va contra la opinión pública, el hombre que genera la paradoxa, es el filósofo, o en palabras del propio Ortega, el intelectual. El título de este artículo trae una pareja de con-trarios que viven en perpetua oposición. Frente a la opinión pública nos encontramos una opinión particular, que más allá de ser una mera opinión, se trata de la “opinión verdadera”, de la opinión cargada de sabiduría porque esta ha sido meditada largamente y porque muestra el verdadero ser de las cosas.

Si la convivencia de toda sociedad depende de que exista la opinión pública, según sostuvo Ortega, debe haber una fuer-za externa a esa opinión que suscite un malestar en lo habitual de los hombres, una opinión inteligente sostenida por el intelectual o filósofo. Recordemos que “inteligente” es una de las formas que procede de “elegancia”, el elegante es el eligens, el que sabe elegir bien sus acciones. Ética y Elegancia son sinónimos. Este artículo va más allá de dar cuenta de la opinión pública, pues será una tarea incompleta si no nos preguntamos por el papel del filósofo en la construcción de esa opinión pública reinante.

2. Doxa: el imperativo de volver a Platón

A lo largo de la historia de la filosofía, muchos filósofos e intelectuales han meditado acerca de la opinión: desde Platón, con su distinción clásica entre doxa y episteme, hasta Walter Lippmann o Jürgen Habermas, quienes toman este concepto de “opinión pública” y lo desarrollan en sus libros La opinión pública, publicado en 1922, e Historia y crítica de la opinión pública, publicado en 1962, respectivamente.

Volver a la fuente de donde emana el concepto de doxa, esto es, hacer etimología, se torna un imperativo. Las palabras tienen una etimología no porque sean palabras, sino porque son uso. Para Ortega, el hombre es un animal etimológico. Constantemente hay que volver a Platón si queremos hacer filosofía y Ortega tenía presente esto. Platón fue un gran creador de lenguaje y dio sentido a las palabras ya usadas. Muchos de sus diálogos son intentos de definiciones. En El tema de nuestro tiempo, Ortega escribió: “así, en el orden intelectual, debe el individuo reprimir sus convicciones espon-táneas, que son sólo ‘opinión’ doxa–, y adoptar en vez de ellas los pensamientos de la razón pura, que son el verdadero ‘saber’ –episteme”– (2004-2010, t. III: 591). Ortega estaba haciendo una clara distinción, una distinción platónica: doxa y episteme no son en modo alguno lo mismo. La doxa nunca será conocimiento. Ortega sostuvo que la opinión es irreflexiva e irresponsable; la opinión pública no es objeto de enseñanza o de formación académica precisamente porque es doxa y no conocimiento verdadero sobre las cosas. Platón utilizó el concepto de episteme para distanciar el saber o conocimiento científico de otro tipo de saberes más sensibles o fenomenológicos como la doxa y la techné o arte. Recuerde el lector que episteme viene del verbo epistasthai, que significa “pararse sobre”. Pararse y estarse en una creencia es un acto epistémico. La doxa, sin embargo, es un pensamiento y los pensamientos o las ideas, por utilizar la terminología orteguiana a la que posteriormente me referiré para distinguir la opinión pública de las opiniones particulares, se tienen y en la episteme o