doxa.comunicación | 30, pp. 19-36 | 23

enero-junio de 2020

Esmeralda Balaguer García

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

en las creencias se está y nos sostienen a nosotros. Si la opinión es un pensamiento que tenemos, cabe preguntarse qué papel juegan los conceptos de “verdad” y “perspectiva” en Ortega con respecto a la opinión. En 1916 Ortega escribía que “la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo” (2004-2010, t. II: 163). Esto no quiere decir que la verdad sea relativa, sino que aun siendo una, solo puede conocerla el hombre desde su perspectiva, desde la posición particular y circunstancial que ocupa en el mundo. Toda doxa es el resultado de un po-sicionamiento vital en el mundo, pero que sea individual no la hace menos verdadera, porque representa una porción de verdad del mundo. El filósofo, en cambio, por ir contra la opinión sustentada en su propio tiempo, es quizás el que mayor verdad porte en su opinión precisamente porque es la que hace cuestionarlo todo.

Recuerde el lector aquel pasaje de La República donde Sócrates le pide a Glaucón que imagine una línea dividida en dos segmentos y cada segmento dividido a su vez en otros dos. El segmento inferior sería la doxa, compuesta por la eikasía (imaginación) y por la pistis (creencia) y designaría el interior de la caverna, aquello más alejado del verdadero conoci-miento, la doxa sería un tipo de saber por medio del cual accedemos al mundo sensible. El segmento superior sería la episteme, compuesta por la diánoia (conocimiento discursivo) y la nóesis (inteligencia) y designaría el exterior de la caver-na, el acceso al mundo inteligible, lo más próximo al sol, a la idea de bien, esto es, lo más próximo al saber.

Todos los hombres tienen opinión y además son partícipes de lo que Ortega llamó opinión pública, cuyo sujeto enuncia-dor todavía no conocemos. Lo que cabe preguntarse en este punto es si todas las opiniones gozan del mismo valor. Esta reflexión servirá para dilucidar por qué la opinión pública disfruta de mayor valor que las opiniones particulares. Este valor no es cuantitativo, ni tiene que ver con una cuestión utilitaria, sino más bien de autoridad y de coacción sobre la población. La opinión pública domina el ambiente de una época y goza de una posición más elevada que el resto de opi-niones particulares porque se constituye como la opinión reinante a medida que se usa de ella sin cuestionarla. Ese uso ejerce un poder y una coacción sobre las gentes para que siga siendo vigente y es en este sentido que goza de mayor valor (piénsese por ejemplo en nuestra costumbre o uso de llevar ropa cuando salimos a la calle, y este es un uso débil, pero piénsese en uno fuerte, una norma jurídica como la LOGSE de 1990 que promulgaba la obligatoriedad de la educación primaria y secundaria desde los 6 hasta los 16 años. En ambos casos esa “opinión pública” que se ha establecido con el uso ejerce una coacción en la gente para mantener su vigencia y en esta medida goza de mayor valor que las opiniones particulares).

A pesar de que la opinión no sea conocimiento, es arma harto poderosa. Fueron las opiniones de los hombres las que condenaron a muerte a Sócrates. Es muy significativo atender al diálogo del Critón. En él, Critón trata de persuadir a Sócrates de que huya de la ciudad antes de que la condena a muerte se ejecute, pero Sócrates trata de argumentar si con esa acción se le produce un bien o un mal a la ciudad a partir de la distinción entre la opinión de la mayoría y la opinión de los menos. Sócrates le pregunta a Critón por qué la opinión de la mayoría tiene tanta importancia y si es cierto que deben estimar las opiniones de unos hombres (las de aquellos hombres juiciosos) y no de otros. A través de la metáfora del gimnasta que debe cuidar su cuerpo y tiene en cuenta la opinión de su médico o entrenador antes que la opinión de la mayoría, Sócrates hace ver que debemos preocuparnos de la opinión de los menos y no tanto de la opinión de los más. La