doxa.comunicación | 27, pp. 99-120 | 101

julio-diciembre de 2018

Juan Carlos Córdoba Laguna

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

que la motive para el bien o para el mal es una tentación que puede llevarla a ‘extraviarse’ de mismo en el mundo y por esta razón existe el deber de resistir” (2007: 21).

Arendt explica, con relación a la culpa, cómo otros actores, diferentes a los que realizan directamente los crímenes, con su silencio y su tolerancia, participan de la situación y es en esta categoría en la que se encaja la mayor parte de la sociedad colombiana que se “blinda” en lugares más seguros, pero también evita consumir informaciones sobre el conflicto, ais-lándose del mismo y llegando a crear historias paralelas lejanas del mismo, con la ayuda de los medios de comunicación:

“Pienso que es posible demostrar que los procesos son de mayor alcance en lo relacionado con aclarar la culpa específica de los que, no haciendo parte de la categoría de los criminales, a pesar de eso desempeñaron un papel en el régimen, o de los que se limitaron a mantenerse en silencio, tolerando el estado de las cosas tal como era, cuando tenían una posición que les habría permitido hablar” (Arendt, 2007: 52).

Un segundo periodo de la violencia en Colombia es el de las guerrillas, favorecido por la Revolución cubana ocurrida entre 1953 y 1959. Durante este lapso y, con la llegada de la televisión en 1954 bajo la dictadura militar, el país comenzó a relacionarse con el conflicto a través de la imagen, lo cual fue promovido por las altas tasas de analfabetismo; la cobertura periodística del conflicto trasladó los relatos que hacían las personas a la búsqueda de lo espectacular, lo anecdótico, lo curioso y lo novedoso que el enfrentamiento guerrilla-Estado pudiera ofrecer.

1.2. El descubrimiento de la espectacularización: Décadas de los 60, 70, 80 y 90

El seguimiento que los periodistas hicieron al conflicto en estas décadas expuso un país desconocido para la mayoría de los habitantes; se volvieron constantes las notas de los reporteros mostrando los campamentos y el día a día de la guerrilla, la cual descubrió el poder de los medios de comunicación para ganar aceptación. En ese propósito, y sin darse cuenta, los medios le dieron rostro a una guerrilla de la que la población se había creado una imagen, en parte, a través de los relatos fantásticos de décadas anteriores. Por primera vez, el país la vio y la escuchó, en especial, al grupo M-194, y pudo enterarse de que estaba conformada por jóvenes que hablaban, en lenguaje común, de los problemas del país, frente a un Estado con un discurso repetitivo y poco atractivo.

La imagen de rebeldía y transformación social del M-19 se construyó con el soporte indirecto de los medios de comuni-cación y con sus osadas operaciones, como el robo de la espada de Bolívar en 1974, el robo de armas de un custodiado cuartel militar, utilizando túneles, en 1979, la toma de la Embajada de la República Dominicana que culminó con una salida cinematográfica para Cuba llevando un grupo de embajadores rehenes en 1980; los siguientes diálogos de paz en los que se vio a una guerrilla dispuesta a negociar y que terminaron trágicamente en 1985 con la Toma del Palacio de Justicia en la que, en un intento militar de retomar el control, el edificio fue incendiado y murieron más de cien personas, muchas de ellas magistrados de las altas cortes; 30 años después, Antonio Navarro, miembro del M-19 amnistiado y ahora reconocido político, afirmaba:

4 Guerrilla de corte socialista creada en 1970, la cual consiguió reunir diferentes sectores de la sociedad colombiana.