88 | 27, pp. 81-97 | doxa.comunicación

julio-diciembre de 2018

Medios sociales y la participación política y cívica de los jóvenes. Una revisión del debate en torno...

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

El reflejo casi idéntico de determinadas organizaciones en las redes sociales de las estructuras jerárquicas que ejercen en sus acciones offline se distancia del ciudadano para que este se sienta motivado a entablar conversaciones, principio básico de la democracia defendido, entre otros autores, por Dahlgren (2005). Este modo de utilizar las redes sociales es contrario a las sugerencias expuestas por Caldevilla (2009) basadas en obtener la máxima eficiencia para la participación ciudadana y relegando el afán de captar un abultado número de seguidores cuya única participación es probable que se limite al ya mencionado clicktivismo.

Como caso práctico y particular de las relaciones con los actores públicos en Facebook, Chan (2016) observa que las vincu-laciones de los usuarios con activistas son más estrechas y fuertes que con actores políticos; consecuencia de que los pri-meros muestran más habilidades en propagar su agenda y en ejercer su influencia. Una cuestión a tener en cuenta ya que el mismo autor, siguiendo el modelo O-S-R-O-R (Orientación inicial-Estímulo-Razonamiento-Orientación posterior-Res-puesta) para medir cómo influye el uso de medios en los comportamientos, advierte que los usuarios de Facebook son más propensos que los no-usuarios a participar en política y en protestas. Frente a este ineficaz modo de utilizar el entorno online, Robinson y Philips (2016) sugieren la creación de espacios y políticas que promuevan el compromiso y fomenten un sentido de comunidad, generar sitios online destinados a la resolución de conflictos, aportar facilidades para que los procedimientos cotidianos sean accesibles y, finalmente, personalizar contenidos para mantener un “toque humano”.

5. Hacer ciudadano

La práctica totalidad de la literatura académica coincide en señalar que una correcta y adecuada educación es clave para la formación del individuo como ciudadano; en particular para que pueda desarrollarse una alfabetización mediática crítica (Buckingham & Martínez-Rodríguez, 2013); para ello se requiere que los entornos docente y familiar estén pendientes, no solo de los riesgos, sino también de las oportunidades aportadas por las nuevas tecnologías con el fin de conseguir que los menores sean capaces de consolidar conductas asociadas a valores éticos fortalecidos con la inclusión en redes; un comportamiento que, según De la Torre (2009), está vinculado a una acción formativa de ciudadanía que lleva implícita la participación y, por extensión “una democratización espontánea”.

Bennett et al. (2008) se muestran críticos con los contenidos de los programas sobre educación cívica que, según conclu-yen, se centran más en el modelo tradicional de ciudadanía (DC); por esta razón consideran deseable que se favorezcan las actividades en red participativas y que propulsen la actualización del ciudadano (AC). En el aspecto particular de los jóvenes, los mismos autores advierten sobre la necesidad de vincular el conocimiento cívico a las habilidades en el entorno online que dispone este sector de la población con el objeto de que no sea excluido de la participación. En el mismo senti-do, García Jiménez (2018) lamenta las limitaciones de la enseñanza digital y mediática que, al menos en España, mantiene una orientación instrumental, lo que implica carencias en el desarrollo de habilidades críticas y reflexivas que son claves para generar ciudadanos activos.

Aparte de la educación, Anduiza et al. (2010) consideran que el ejercicio de ciudadanía necesita, por una parte, una cierta predisposición y voluntad del individuo; y, por otra, que reciban impulsos e incitaciones externas ya que la política es ante todo una acción colectiva. No obstante, los autores muestran su pesimismo ante este último punto ya que consideran que