doxa.comunicación | 29, pp. 139-159 | 151

julio-diciembre de 2019

Cristina San José de la Rosa, Mercedes Miguel Borrás y Alicia Gil Torres

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

de un cajón tras la llamada del presunto asesino a la tele para venderle las imágenes. Hay una masa indefinida de periodis-tas villanos a la puerta del albergue a la espera de capturar alguna imagen morbosa. Para poner punto final, una frase del protagonista a todos ellos deja clara la visión que quiere aportar esta sátira cinematográfica sobre los periodistas sensacio-nalistas: “Iros a la mierda, buitres”.

Siempre hay un camino a la derecha es el título de la película y el nombre del programa de Lanza Gorta (Javier Gurrutxaga), un presentador muy exagerado, comercial y falso con su amplia sonrisa. Su aparición es estelar cuando irrumpe con su cámara en un domicilio en el que dos hombres están a punto de suicidarse: “Siempre hay un camino a la derecha”. Poco después en el plató de televisión, el impostado presentador comienza la intervención: “Juan y Pepe, dos almas que estuvie-ron a punto de quitarse la vida. Un fuerte aplauso”.

En el gran plató con azafatas, orquesta y público, el histriónico presentador con traje y pajarita da paso a los dos hombres con unos atípicos disfraces de torero. El programa continúa con la asistente social Luchi y las dos esposas vestidas con traje de sevillana para seguir con otro vídeo que el presentador anuncia: “Ojo al docudrama, nuestros héroes emprenden nueva vida”.

Una de las mujeres encuentra trabajo en un club y cuando salen imágenes sobre esta historia, el presentador justifica el tipo de información: “Por muy escabrosas que sean las circunstancias de la vida, siempre hay un camino a la derecha”. Cuando esta misma mujer vuelve a aparecer en pantalla con un pene en la mano que ha mutilado a un cliente, el presenta-dor de nuevo se defiende: “El pene es un reclamo pero no para tener más audiencia, sino como alegato en contra del vicio”. Gorta se convierte en un villano más de la televisión con este esperpento sobre el mundo de los reality.

El grito en el cielo se desarrolla en el plató y aledaños de ‘El cielo de Miranda Vega’, un programa de entretenimiento con Miranda (María Conchita Alonso). Gran parte de la película se sitúa durante su emisión, con las peripecias de los diferen-tes concursantes que luchan por ganar el premio, que no es otro que copresentar el programa con Miranda. La película comienza con las palabras del responsable de la cadena (Tito Valverde) en un lujoso despacho, con cabezas de animales disecados y cornamentas. Le comunica a la presentadora que es “una gran estrella pero no funciona”. Aunque asegura que le gustaban sus coreografías y canciones de hace doce años, le reprocha que debe tener en cuenta que de eso ha pasado mucho tiempo. Le sugiere que contacte más con el público para conseguir “telebasura” y que “haga cosas peores”, a lo que no se puede negar porque tiene un contrato y está en plena decadencia. Hablan de la nueva época del programa y el jefe de la televisión insiste en que dejarán que los participantes en el concurso “hagan el ridículo”. “Es buena, es buena la risa. Es buena, es buena la realidad”. Ella lloriquea y protesta porque no quiere el nuevo formato que propone el jefe, e incluso en modo irónico le dice que ya puestos espíen a los famosos. Entusiasmado, asegura que lo harán:

La otra cara de la realidad: amantes, hijos secretos, estafas, vicios, perversiones, critiqueos, delitos... es buena, es buena la cámara oculta (TC: 00:15:26).

Miranda es responsable en su trabajo, aunque insegura debido a la presión a la que está sometida por parte del director de la cadena. Ya es diva desde el momento en el que aparece en la carátula del programa, con un disfraz con falda larga y tocado de plumas de aspecto tribal y una sugerente propuesta a los espectadores: “Entretenimiento hasta la sobredosis, olviden sus miserias, sus aburridas vidas, sus mediocridades”. Todo vale en un mundo de villanos de la pantalla.