doxa.comunicación | 29, pp. 43-60 | 57

julio-diciembre de 2019

Susana Guerrero Salazar

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

se suman las campañas realizadas desde institutos de secundaria que denuncian las acepciones de fácil y fregona que se refieren de modo despectivo a las mujeres.

Las noticias de estas demandas (hechos referidos) han provocado un debate en la prensa (hechos comentados) en el que se muestra una clara oposición ideológica entre Academia y feminismo. Ambos grupos, a través de la argumentación y del léxico, adoptan una actitud, fundamentalmente emocional, con la que pretenden provocar en el lector una respuesta em-pática, a través de la cual lograr un acuerdo ideológico.

La Academia, como institución (normalmente a través del director o del secretario), se defiende de las demandas reiteran-do argumentos de tipo racional: la RAE (y, por ende, su diccionario) no tiene ideología ni potestad, por tanto, se limita a registrar los usos, actuando de un modo científico (y no políticamente correcto). Sin embargo, cuando los defensores de la Academia o sus miembros toman la iniciativa en la prensa a título particular suelen recurrir a estrategias emocionales, donde priman los disfemismos, las figuras retóricas (fundamentalmente la ironía, la metáfora y la hipérbole), el argumento ad hominem (para descalificar al adversario, sobre todo como ignorante y censor), la generalización precipitada y la falacia del efecto dominó o pendiente deslizante (para advertirnos de los peligros que pueden sobrevenirle al diccionario si se eliminan determinadas acepciones).

El discurso que se hace desde el otro bando, el feminismo, es fundamentalmente emocional; parte de un sentimiento de ofensa y basa su argumento en valoraciones y juicios hacia la RAE y su diccionario, mezclando las apreciaciones hacia las personas con el objeto evaluado, esto es, el diccionario, que es tachado de androcéntrico, machista y sexista (los tres adjetivos más repetidos). Algunas académicas, como Soledad Puértolas o Carme Riera, actúan de parte y parte, pues, por un lado, defienden la permanencia de las acepciones denunciadas en el diccionario (como testimonio histórico y de uso), pero reconocen explícitamente la herencia machista (incluso misógina) que arrastra.

Un hecho relevante es cómo las reivindicaciones feministas nacidas y difundidas en las redes acaban por convertirse en noticia periodística, la cual da cabida a otras instancias discursivas, permitiendo la intervención de nuevos agentes, perso-nas desconocidas que adquieren cierta autoridad, mermando, al menos para un sector de la población, la de la Academia, la cual ha cambiado en la versión digital de su diccionario las acepciones más polémicas y con más repercusión en la redes (las que afectaban a los adjetivos femenino y fácil), a pesar de que, en principio, manifestara que no iba a hacerlo.

Aunque la RAE se defiende diciendo que el diccionario no puede ser políticamente correcto ni estar ideologizado, sin embargo, el hecho de que en 2011 se creara una unidad para canalizar las críticas y propuestas relacionadas con el diccio-nario académico y los cambios que se han llevado a cabo en las últimas ediciones, sobrevenidos algunos justo después de las campañas mediáticas, revelan que la Academia no es indiferente a las críticas y que, en menor o mayor medida, toma nota de ellas.

Por todo ello, creemos probado que los textos analizados, donde se debate sobre el diccionario académico, pueden consi-derarse manifestaciones de lo que se denominan ideologías lingüísticas, y poseen un enorme valor como testimonios vivos de la evolución de la sociedad y de la influencia de las redes sociales, así como de la asunción de la igualdad por parte de un público (en parte anónimo) que demanda a la Academia, a través de su obra clave (el diccionario académico), cambios que revelen que la institución se adecua a los tiempos.