Abstract
A España se le está yendo la juventud, ese «divino tesoro» del que hablaba Rubén Darío, sobre todo, porque cada vez nacen menos niños. Hay bastantes menos infantes y jóvenes ahora en España que en tiempos de la Transición a la democracia, e incluso menos que en los años treinta del siglo pasado. Y como la esperanza de vida sigue creciendo, el peso de la juventud en el conjunto de la sociedad española tiende a disminuir todavía más de lo que correspondería por el descenso de los nacimientos. Como en casi todo, junto a las pautas generales para toda España, también en el porcentaje de población joven hay mucha variabilidad por CC. AA., provincias y municipios. La juventud española actual no tiene la homogeneidad sociocultural tradicional en España. La reciente llegada de inmigrantes ha generado, en menos de tres décadas, una gran diversidad étnico-cultural en la infancia y juventud, y ello plantea retos de integración en los que España se juega muchísimo de su bienestar y cohesión social de cara al futuro. La juventud va ahora en proporciones nunca vistas a la Universidad, y más aún en el caso de las mujeres, pero sufre altas tasas de desempleo, se emancipa del hogar paterno muy tardíamente, se casa mucho menos en proporción y a edades más avanzadas que antaño si es que lo hace, y emigra poco al extranjero. Por otro lado, esos jóvenes tienen muchísimos menos niños que antes. Finalmente, cabe congratularse sin ambages de que, pasadas las primeras semanas de vida, nuestros niños y jóvenes tienen una bajísima probabilidad de morir –también la tienen mucho menor que antaño en esas primeras semanas–, siendo causas no naturales como los accidentes las razones más comunes de fallecimiento, en contraste con la altísima mortalidad infantil y juvenil tradicional.