Abstract
El amor, no es ciego, sino que está dotado de una capacidad de conocimiento que permite ver de un modo nuevo. La mirada del corazón se va transformando así en amistad que, lejos de encerrarse en un narcisismo intimista y estéril, se abre y se dilata hacia un horizonte siempre mayor. Para recorrer este itinerario es necesaria la permanente purificación del corazón. El pecado y la concupiscencia que procede de él introducen en el dinamismo de la mirada humana un elemento borroso que puede convertirse en ceguera si no se colabora con esa tarea de la ascesis purificadora, que lucha por la transparencia de la mirada del corazón limpio. En esta tarea es imprescindible la colaboración y participación de los amigos, en una auténtica comunión.