doxa.comunicación | 29, pp. 43-60 | 45

julio-diciembre de 2019

Susana Guerrero Salazar

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

terminadas acepciones que se sienten discriminatorias, peyorativas u ofensivas. La prensa se hace eco de las presiones que en este sentido está recibiendo la RAE y lo hace, siguiendo la terminología de Charaudeau (2013: 189), a través de hechos referidos (las noticias), que se convierten en hechos comentados (el periodismo de opinión comenta el porqué y el cómo del acontecimiento ofreciendo análisis y puntos de vista diversos) y en hechos provocados (la prensa provoca la confrontación de ideas que contribuyen a la deliberación social)1.

Es lo que ha sucedido con determinadas demandas que han trascendido a la opinión pública gracias a los medios de comunicación, como es el caso de las acepciones despectivas de las palabras gallego, rural, judiada, gitano o charro que apreciamos en los siguientes titulares:

El BNG pide a la RAE que retire las acepciones de “gallego” como “tonto” y “tartamudo” en su último diccionario (libertaddigital.com, 16-IV-06).

Movilización en el campo para que la RAE no asocie ‘rural’ a ‘inculto’ (elmundo.es 4-V-11).

Los judíos piden a la RAE que cambie la palabra ‘judiada’ del diccionario. Consideran que el término es ‘ofensivo’. La Aca-demia se niega porque la usaron Baroja o Galdós (elmundo.es, 22-VII-12).

Diputación aprueba por unanimidad solicitar a la RAE la revisión del término gitano en el diccionario (20minutos.es, 19-XII-14).

PP y PSOE se alían para que ‘charro’ deje de significar ‘de mal gusto’. Aprobarán una moción conjunta para que la Real Academia de la Lengua elimine la tercera acepción del gentilicio (lagacetadesalamanca.es, 5-III-15).

A partir de noticias de este tipo surge un debate que va acompañado de valoraciones lingüísticas tanto explícitas como implícitas, individuales o colectivas. La valoración lingüística es, según Cavaredo Barrios (2013: 46-47), la expresión califi-cativa que puede aplicarse a un fenómeno lingüístico particular de cualquier tipo, es decir, la verbalización de juicios des-aprobatorios o aprobatorios sobre el objeto de observación, que, en el caso que nos ocupa, son determinadas definiciones del diccionario académico. Las mismas valoraciones, como comprobaremos, se hacen extensivas, en muchos casos, a la Academia y a sus representantes.

Las acciones emprendidas para cambiar las acepciones de una palabra, aunque a priori resultan inofensivas, pueden llegar a tener consecuencias en la conformación de procesos sociales, como concluye van Dijk (1999: 25) al analizar las relaciones entre acción y proceso2. De hecho, han sido criticadas en múltiples ocasiones, entre otros por Martínez (2008: 58), que las considera un “asedio al diccionario”:

[…] Así ha comenzado un asedio al diccionario, que no es apenas más que la fotografía del léxico de una lengua. De este modo, paulatinamente, se ha ido trasladando el centro de atención desde la realidad social que había que cambiar, a la expresión lingüística que la nombra, y desde esta a la imagen que de la lengua dan los diccionarios, y, en primer lugar, al Diccionario por excelencia: el DRAE (El Diccionario de la Real Academia Española).

Con ello se busca poner el alto prestigio e influencia de la institución y de su obra más popular al servicio de la causa. Se trata, una vez más, de tocar poder; un poder más simbólico que eficiente, pues tampoco el Diccionario interviene de forma directa en el uso y transformación de la lengua.

1 Esta misma terminología es adoptada por Llamas Saíz (2013) y Méndez García de Paredes (2019).

2 Pensemos en los cambios solicitados por parte de la sociedad con respecto a palabras como matrimonio (Gallego García, 2015).