Abstract
El profesor es un elemento fundamental en todo el proceso educativo. En el actual contexto de desorientación pedagógica por la abrumadora presencia de innovaciones, conviene no olvidar los planteamientos más clásicos que ponen en el centro a la persona y la educación en virtudes. Reconocidos expertos nacionales e internacionales nos invitan a ello. La virtud es un hábito operativo bueno y cierto término medio entre dos extremos: esto hace que la ética de las virtudes sea más coherente con el personalismo que otras propuestas, como la ética del deber, de las consecuencias o de los valores. El docente debe ser prudente, justo, fuerte y moderado porque estas son no solo las virtudes que lo hacen mejor persona, sino también las que lo convierten en mejor docente. Además, son las virtudes en las que debe educar al alumnado. Podemos añadir a estas virtudes clásicas las virtudes teologales leídas en clave personalista: el maestro debe creer en, esperar en y amar al alumno que le ha sido confiado.