Abstract
La letra inicial de los manuscritos medievales se iluminaba con una mayús-cula que representaba bestias, dragones, profetas y santos. Bucles dorados, bermejos o azules se arremolinaban en esa primera letra que era a la vez dibujo y escrito. Ese primer gesto del manuscrito iniciaba e inspiraba el resto del texto, que a partir de ese comienzo ya solo tenía que dejarse fluir. De la soberbia palabra latina “íncipit” que marcaba el inicio de un obra, per-vive nuestra gastada palabra “incipiente”.
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