doxa.comunicación | 28, pp. 261-283 | 263

enero-junio de 2019

Aurora Edo Ibáñez y Belén Zurbano Berenguer

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

violencia física y/o sexual por parte de su pareja” y el 38% de los homicidios femeninos cometidos a nivel mundial “se debe a la violencia conyugal” (OMS, 2013: 2). A nivel nacional el panorama no es menos desolador: desde el 1 de enero de 2003 –fecha en la que se comienza a registrar las cifras de manera oficial– hasta el 31 de diciembre de 2018, un total de 975 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas, según el Portal Estadístico de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género.

Sin embargo, las cifras oficiales a nivel estatal no son sino la punta de un iceberg, ya que solo tienen en cuenta la violencia ejercida en el ámbito íntimo de la pareja, produciéndose, de esta forma, una conceptualización pobre y simplista del fenó-meno y reduciendo las VVCMM al escenario de la afectividad (Zurbano-Berenguer y Liberia-Vayá, 2014). El problema de esta visión reduccionista no solo afecta a las mujeres víctimas que no se atreven a denunciar o no son agredidas en dicho entorno íntimo-afectivo, sino que se traslada a la ciudadanía, la cual no puede configurarse una idea aproximada de las violencias que sufren las mujeres al no disponer de datos completos y reales.

En este sentido, sobre el trabajo periodístico recae la responsabilidad de informar y formar a la opinión pública acerca de este grave problema donde se vulneran sistemáticamente los derechos humanos de las mujeres. Pero, de nuevo, la explica-ción mediática de la violencia no escapa a este reduccionismo, “pues la profesión periodística, como el resto de ciudadanía, no siempre está formada al respecto” (Menéndez, 2014: 55).

Por ello, diversos ámbitos académicos y profesionales han puesto el foco sobre la actividad diaria de los medios para mos-trar su preocupación por la forma en la que son transmitidas y representadas las VVCMM. Una preocupación que toma como base las ausencias de las mujeres en los medios, el maltrato de sus identidades, la sexualización y objetualización de sus cuerpos y, en lo que a este trabajo respecta, una distorsión y simplificación de las violencias que sufren.

Así pues, en las últimas dos décadas, los estudios sobre el abordaje y tratamiento de estas violencias se han multiplica-do. Trabajos como los de Simons y Khan (2018) o Simons y Morgan (2018) tratan sobre el cambio en la cobertura y en la configuración de los medios como herramientas de prevención de las VVCMM, siguiendo la línea de estudios anteriores que reflexionaban sobre las dinámicas de representación de género y de las agresiones generizadas (Anastasio y Costa, 2004; Wozniak y McCloskey, 2010; Roberto, McCann y Brossoie, 2013; Ross et al., 2018). En el actual contexto mediático la reflexión sobre estos contenidos en los medios digitales comienza a ser una nueva línea de investigación específica (Salter, 2013; Vega, 2018). También, la consolidación de esta preocupación en la esfera académica favorece los estudios contextua-les como los de Ahmed (2014), que trabaja sobre las representaciones en Pakistán, Bullock y Cubert (2002), centrados en el estado de Washintong, o Fairbairn y Dawson (2013), quienes toman como contexto de análisis Canadá.

Igualmente, la atención prestada a la cobertura mediática de las VVCMM ha derivado en una publicación prolífica, desde finales del siglo XX, de documentos de carácter deontológico sobre cómo abordar sensible, ética y responsablemente este problema social. Dicha atención entronca con las evidencias científicas sobre la capacidad de influencia de los medios en general y, particularmente, sobre su influencia en el caso de las violencias ejercidas contra las mujeres.

“Esta influencia ya no se limita a las tradicionales funciones de informar y vertebrar la opinión pública, con ser las más importantes y aquellas con las que se sigue asociando en lo fundamental su actividad. A ella se han sumado las derivadas de