doxa.comunicación | 30, pp. 37-53 | 41

enero-junio de 2020

Marta Redondo García, Marta Ventura Meneu y Salomé Berrocal Gonzalo

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

(A2). Junto a ello, existen requerimientos que se derivan de las exigencias productivas, tales como la disponibilidad hora-ria para intervenir cuando sea requerido (A7) o el género cuando el espacio busca la paridad representativa (A8).

Pero, además, surgen nuevas demandas fruto de la expansión del politainment. En las tertulias, debates o programas de entrevistas, la nueva lógica mediática privilegia la confrontación, “futbolizando” el diálogo televisivo (Sánchez-García y Campos Zabala, 2017). De esta forma, se ha incorporado una nueva clave de acceso de los productores de información a la televisión que radica en su capacidad para generar una polémica que eleve el índice de audiencia. De hecho, muchos de los invitados a programas talk show son “polemistas profesionales” (Mercado, 2002) (la jerga televisiva los apoda es-puelas), expertos en encontrar los aspectos más sensacionalistas de la realidad y realizar las observaciones más extremas.

Se exige que el político tenga capacidad de polemizar sobre una variedad de asuntos y no rehúya el enfrentamiento (A14). Bien es cierto que, en este punto, los intereses del medio y del partido pueden entrar en conflicto. La lógica de la forma-ción es de inferir que privilegie para su representación mediática a aquellos políticos que estén más altos en su escalafón, al resultar más fiables por su sintonía ideológica con la oficialidad del partido. Sin embargo, el medio puede preferir al político discordante por su capacidad para crear polémica, no solo con los adversarios políticos, sino incluso con sus mismos correligionarios, ofreciendo un punto de vista más personal y original. En cualquier caso, se buscará al político irónico en la crítica al antagonista dado que el mensaje televisivo privilegia la negatividad y el ataque (A15), más que la propuesta constructiva y su explicación (Habler et al., 2014).

En aras al populismo, se pide que el político apele al público, sea capaz de erigirse en su portavoz y adule sus plantea-mientos (A10). También se impone que el mensaje político sea fácilmente comprensible para poder llegar a la audiencia televisiva, esencialmente heterogénea (A12). Dada la inmediatez y fugacidad del medio, “la claridad expositiva en el dis-curso ha de ser una máxima. Esta claridad afecta al lenguaje, y en televisión deberá ser claro, breve, conciso y preciso” (Salgado Losada, 2005). En ese mismo sentido discurre la necesidad impuesta por los medios de atender más a los hechos puntuales que a los procesos que, inevitablemente, exigen una explicación y contextualización mayores (Habler et al., 2014) (A13). Buscando esa sencillez, se impone la ausencia de ambigüedad (A16): los medios prefieren los mensajes pola-rizados, tal como aprecian Sánchez-García y Campos Zabala en su análisis de la tertulia política televisiva: “el tertuliano periodista y el contertulio político salen al escenario con posturas `preconcebidas´ y reconocibles por el espectador (…) esto explica el `enganche´ de este tipo de tertulia con la audiencia que busca refrendar sus posturas ideológicas al ad-herirse a contertulios ideológicamente muy definidos” (2017: 83). Sin embargo, el político optará, en ocasiones, por un mensaje ambiguo frente al concreto que a la postre pueda evidenciar incoherencias (Habler et al., 2014).

Dado que los programas de infoentretenimiento amalgaman una enorme variedad de formatos, se busca que el político sea flexible a la hora de adoptar distintos estilos discursivos (A11), así, puede aparecer en su faceta institucional en los no-ticiarios cuando hace referencia a la actualidad desde los planteamientos de su formación o asumir una faceta individual en un talk show aportando sus impresiones personales o narrando sus vivencias en relación a asuntos no relacionados con la política.