112 | 28, pp. 111-131 | doxa.comunicación

enero-junio de 2019

El lenguaje visual del diseño web brutalista

ISSN: 1696-019X / e-ISSN: 2386-3978

1. Introducción

Un gran número de autores coincide en señalar el notable protagonismo en el diseño web actual de una corriente que se ha venido denominando brutalismo, una tendencia cuyo origen se encuentra asociado a un movimiento arquitectónico que registró su mayor popularidad entre las décadas de 1950 y 1970. Como indica Rubio Hancock (2014), el término deriva de la expresión béton brut (“hormigón crudo” en castellano) y tuvo como representantes más sobresalientes a arquitectos como Le Corbusier, Miles Warren (fundador de la Escuela Christchurch de Nueva Zelanda) o la pareja británica Alison y Peter Smithson. Empujados por la responsabilidad de renovar estéticamente un entorno dañado tras la Segunda Guerra Mundial, todos ellos se sintieron atraídos por una arquitectura que, según Merelo, “podía ser diseñada y ejecutada rápida y eficientemente, con un mínimo de decoración innecesaria (…), minimizando costos y maximizando la capacidad” (2017, párr. 6). Lorente, por su parte, acude al término Nuevo Brutalismo (New Brutalism) para referirse a una “tendencia purista que preconizaba llevar hasta el extremo más radical la desnudez decorativa y experimentalismo de los pioneros del mo-vimiento moderno” (2017, p. 145). Es en esta filosofía en la que se inscribe la corriente brutalista pese a que, como obser-va Bayley (2012), muchos partidarios del modernismo más estricto renegaron de su cuestionable valor estético. También Grindrod lo sitúa en este contexto, aunque reconoce cierta afinidad con otros estilos (como el humanismo, las construccio-nes prefabricadas o el Estilo Internacional) y es partidario de una cierta flexibilidad y prudencia al ubicarlo:

Apreciar el modernismo de posguerra en todos sus matices ayuda a contextualizar el brutalismo, donde la dramática brusquedad escultural a menudo contrasta con la suavidad, el funcionalismo y la modernidad de otros estilos (2018, p. 41).

Siguiendo de nuevo a Merelo (2017), las construcciones arquitectónicas adheridas a este movimiento están definidas por los siguientes rasgos:

Se apuesta firmemente por formas geométricas y patrones repetitivos, usados de forma modular o basados en la red.

Los edificios dejan ver sus materiales de construcción en lugar de ocultarlos o embellecerlos.

La uniformidad y la disposición de las estructuras residenciales son el resultado de una visión social eminentemente igualitaria y comunitaria.

Se prioriza la función a la decoración arbitraria.

Estos mismos ejes, característicos de la arquitectura brutalista, se han tratado de trasladar a un paradigma de diseño gráfi-co –muy especialmente centrado en el diseño web, según Gràffica (2016)– cuyo comienzo Ózdemir (2017) sitúa en la mitad de la década de 2010, en la transición de una “edad de la información” hacia lo que define como la “edad de la innovación”. Desde ese momento, multitud de adeptos han abrazado un estilo que, como indica Miller, aboga por “diseños rudimenta-rios y tipografías básicas. Es una vuelta al primer diseño web y un rechazo al diseño súper pulido y usable tan popular hoy en día” (2017, párr. 1). Para Hill, por su parte, la filosofía brutalista representa “un antídoto contra la red más suave” (2017, párr. 9) y rememora los primeros tiempos de la World Wide Web, cuando se carecía de la actual estandarización y existía una menor capacidad para producir diseños amigables.

Recogiendo esta definición y partiendo de los criterios que describen la arquitectura brutalista, algunos de los atributos que se asocian específicamente a esta corriente de diseño web son los siguientes: